dissabte, 7 d’abril del 2012

TRADICIONES CULINARIAS DE PASCUA


LOS HUEVOS DE PASCUA

¿Cómo comer sin ti, sin la piadosa costumbre de tus alas que refrescan el aire y renuevan la luz?
                                                                       Antonio Gala

La costumbre de intercambiar huevos de chocolate y de caramelo como obsequios de Pascua data de poco más de un siglo, pero el de huevos de verdad en primavera es una costumbre muy antigua, que precede en varios siglos a la Pascua.

Desde tiempos muy remotos, en muchas culturas el huevo simbolizaba nacimiento y resurrección. Los egipcios enterraban huevos en sus tumbas y los griegos los colocaban sobre las sepulturas. Los romanos acuñaron el proverbio “toda vida procede de un huevo”, y la leyenda asegura que Simón el Cireneo, que ayudó a Cristo a trasladar la cruz hasta el Calvario, tenia como oficio el de vendedor de huevos. Por tanto, cuando la Iglesia empezó a celebrar la Resurrección, en el siglo II, no tuvo que buscar muy lejos para encontrar un símbolo popular y fácilmente identificable.

En aquellos tiempos, las personas adineradas envolvían con pan de oro los huevos que regalaban, y los campesinos solían colorearlos, hirviéndolos con ciertas hojas, flores o cortezas, o con unos insectos llamados cochinillas. Se empleaban las hojas de espinaca y los pétalos de anémonas para obtener el verde, el brote velludo de la aulaga para el amarillo, el palo campeche para el morado intenso, y los jugos de las cochinillas producían el escarlata.

A principios de la década de 1880, en ciertos lugares de Alemania los huevos de Pascua sustituían los certificados de nacimiento. Una vez teñido un huevo con un color indeleble, se grababa en la cáscara, con una aguja o un punzón, una inscripción que incluía el nombre y la fecha de nacimiento del destinatario. Estos huevos de Pascua eran considerados en los juzgados como prueba de la identidad y la edad.

En esta época se elaboraron a mano los huevos más valiosos. Obra del gran orfebre Peter Carl Fabergé, fueron encargados por el zar Alejandro III de Rusia como obsequios para su esposa, la zarina María Feodorovna. El primer huevo de Fabergé, presentado en 1886, media seis centímetros de longitud y tenía un exterior engañosamente simple, pero dentro de la ciscara de. esmalte blanco había una yema de oro que, una vez abierta, revelaba una gallina también de oro cuyos ojos eran rubíes. La gallina podía abrirse a su vez levantándole el pico, y con ello quedaba al descubierto una diminuta reproducción en brillantes de la corona imperial. Un rubí todavía más pequeño colgaba de esta corona. Hoy en día, el conjunto de tesoros de Fabergé se evalúa en casi quinientos millones de pesetas. Cuarenta y tres de los cincuenta y tres huevos que supuestamente produjo este artista se encuentran en museos o forman parte de colecciones privadas.


LA MONA DE PASCUA  (siglo XVIII, Barcelona, Murcia y  Valencia)

La mona de Pascua, tan tradicional en Cataluña, Valencia y Murcia, es la presentación de los clásicos huevos de Pascua, de chocolate o de caramelo, con un pastel o una carta como base, o bien sobre una construcción de chocolate. En el siglo XVIII, era ya el obsequio clásico del padrino a sus ahijados, y el número de huevos correspondía a los años de edad de los niños hasta llegar a los doce. En ese momento, tal vez como punto final de este obsequio, el número de huevos se elevaba a trece. La tarta que los acompañaba era una confección sencilla de repostería, conocida como coca de Pascua, y podía revestir diversas formas de animales o de objetos, como ocurría en Francia con los “pains d'épice”.

A mediados del siglo XIX, las monas pierden su sencillez inicial y su presentación se hace más complicada, enriqueciéndose con unos adornos de azúcar caramelizado, almendras azucaradas, confituras, guirlache, anises plateados y, desde luego, los huevos de Pascua pintados, todo ello coronado por figuras de porcelana, madera, cartón o tela. En Barcelona, destacaron en la confección de la mona Agustí Massana, que tenía su acreditada pastelería en la calle de Fernando, y otro excelente repostero llamado Medir Palet, de la calle de Avinyó. Con el tiempo, Massana consiguió un gran éxito con sus monas rematadas por una figura caricaturesca, no pocas veces inspirada en algún político de la época, que movía afirmativamente la cabeza. Fueron conocidas como “Si, señores”. En cambio, el muy antiguo Forn de Sant Jaume presentó siempre unas monas más clásicas y tradicionales, con su pastel elaborado mediante una fórmula secreta de la casa, a la que se daba el nombre de “pasta cristiana”.

¿De dónde procede el nombre de “mona”? La primera explicación que se nos ocurre es la presencia de un muñeco de cualquier tipo como adorno del conjunto, pero, dado que fue primero la mona que el muñeco, esta sugerencia parece quedar invalidada. Resulta curioso comprobar que en el diccionario “Gazophylacivum Catalano-Latinum”. de Joan Lacavallería, publicado en Barcelona en el año 1696, mona tiene una definición puramente zoológica, pero el Diccionario de la lengua castellana, de la Real Academia, ofrece en su edición del año 1783 la siguiente definición: “Valencia y Murcia. La torta o rosca que se cuece en el horno con huevos puestos en ella con cáscara por Pascua de Flores, que en otras partes llaman hornazo.”

Lo cierto es que, en sus diferentes versiones, la mona de Pascua era regalo del padrino el Domingo de Resurrección, y que el ahijado iba a recogerla personalmente en su casa. La parte comestible servía como postre para toda la familia. Era también costumbre que el niño agasajado aprovechara la ocasión para recitar ante el padrino un verso laboriosamente aprendido: la “décima”.

En nuestros días prosigue la tradición de la mona de Pascua, tan popular como siempre, y es también tradicional que en estas fechas los maestros reposteros presenten en sus establecimientos auténticas obras de arte, generalmente a base de chocolate.

Fuente: libro de tradiciones culinarias

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