dimarts, 16 de juliol del 2013

¿Y SI LA VIDA ES UN SUEÑO...?




Descartes solía jugar con esta idea: dado que en algún momento durante el sueño hemos estado convencidos de que nuestra experiencia era real, ¿cómo podemos estar seguros de que ahora, estando asimismo convencidos de que la experiencia es real, no estamos soñando?
Es un problema teórico, más que práctico, pues de hecho ocurre que a pesar de que casi siempre confundimos el sueño con la realidad, casi nunca confundimos la realidad con el sueño. Aún así, tiene interés preguntarse: ¿hay algún criterio fiable para distinguir sueño de realidad?
Éste podría ser el del grado de vivacidad. Las experiencias oníricas nunca son tan claras, tan vívidas y completas, tan coherentes como las experiencias reales. No tenemos más que compararlas. Pero… ¿cómo podemos comparar dos experiencias que no se nos ofrecen en las mismas condiciones? Hacemos la comparación usando los imprecisos recuerdos que conservamos de algún sueño; eso es partir de una posición de ventaja para la vigilia. Tendríamos que poder cotejar ambas experiencias poniéndolas juntas frente a nosotros en igualdad de condiciones; no es justo hacerlo a partir del recuerdo impreciso que, mal que bien, conservamos de una de ellas en la memoria. ¡No podemos estar seguros de que hemos soñado exactamente como recordamos haber soñado! Necesitamos, pues, otro criterio.
El criterio propuesto por Schopenhauer es empírico: lo único que nos permite distinguir el sueño de la realidad es el despertar. Del sueño siempre se despierta, de la realidad, no. Parece un buen argumento, pero… ¿y si la realidad fuera un sueño tan largo como la propia vida? ¿No podría ser que la muerte fuera el despertar? No podemos comprobarlo.
Tal vez no haya un criterio teóricamente irrefutable. Por tanto, hemos de quedarnos con la duda. Por lo demás, lo único cierto es que los sueños son parte de nuestra vida: «La vida y los sueños son hojas de uno y el mismo libro. Leerlo de corrido equivale a la vida real. Pero algunas veces, cuando acaban las hojas de lectura (el día) y llega el tiempo de reposo, seguimos hojeando ese libro sin orden ni concierto, abriéndolo al azar por una u otra de sus páginas; con frecuencia se trata de una página ya leída y en otras ocasiones de una página desconocida, pero siempre son páginas de uno y el mismo libro».1

(1). Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, Vol. II.

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